(Con un toque de música de fondo)
SIEMPRE SIGUIENDO A MEN
Cuenta la leyenda que en un pueblo costero vivía una joven llamada Caperucita Roja, su nombre era debido a que su atuendo habitual era una capa roja con una gran caperuza.

Esta joven tenía el don de sanar a los enfermos del pueblo, utilizando para ello hiervas de aquellos bonitos lugares, recogiéndolos con sus propias manos y haciendo así unas pócimas curativas que regalaba a todos los que buscaban alivio a sus dolencias.
La extrañeza para aquellos habitantes era que aquella joven nunca envejecía, pues conservaba su aspecto intacto, luciendo su piel lozana que la hacía especialmente hermosa.
La dulzura de su rostro calmaba las inquietudes de los que allí vivían, siendo así para ellos un ángel caído del cielo.
Nadie sabía quienes eran sus padres, ni de dónde había llegado, sólo que desde siempre había estado ahí en compañía de su perro.
Siempre que la veían pasear con su amigo fiel, era en la hora del crepúsculo o al amanecer.
Tampoco recordaban verla nunca por el pueblo como a los demás habitantes, pues nunca la habían visto haciendo alguna compra , pero eso lo justificaban con que las gentes que a ella llegaban para curarse de sus males, le regalaban todo tipo de cosas, entre ellas cestas con comida, pues Caperucita nunca había querido cobrarles nada.
Todos los que a ella recurrían sentían curiosidad por saber quien era realmente, pero nadie se atrevía a preguntar, así que se marchaban curados de sus enfermedades y aliviados de sus dolencias de alma, pero sin saber nada de su vida.
Esto había hecho que se acostumbrasen a respetarla y que cuando cualquier persona procedente de otros pueblos que allí llegaban y preguntaban por esa extraña joven, el mutismo era tal que nadie se atrevía a decir nada y eso la convertía aun más en un personaje extraño y tremendamente respetado y casi casi venerado por todos.
Aquel pueblo llamaba la atención a todos los de su alrededor por el hecho de que las gentes de aquel lugar sólo se morían de viejecitos y todos con una muerte muy dulce.
En uno de los pueblos cercanos había llegado un personaje siniestro, era una mujer que decía ser curandera y que poco a poco se fue ganando el afecto de ese pueblo.
Esta mujer escuchaba hablar tan bien de Caperucita que sintió envidia de ella, así que haciéndose pasar por una desvalida anciana tomó rumbo a la cabaña de la joven.
Con un viejo bastón llamó a al puerta y con voz de enferma se dirigió a Caperucita.
La joven Caperucita nada más verla sintió un tremendo escalofrío en su cuerpo, pues esa vieja traía en su mirada un odio que empañaba aquel hermoso lugar…
Aun así, Caperucita quiso ayudarla como a todos los demás, pero nada más tocarla sintió un tremendo dolor en su pecho, aquel dolor invadía su ser, haciéndole tanto daño que podía ver así, que aquella vieja era la maldad personificada.
Caperucita temblando como si de un pajarillo indefenso se tratara perdía sus poderes dejándola sin fuerzas y haciéndose cada vez más y más débil.
La siniestra vieja comenzó a lanzar por su boca conjuros malditos en contra de la joven, haciendo que Caperucita se sintiese al borde de la muerte.
En ese instante el perro de Caperucita se abalanzó contra aquel malvado ser, comenzando así una pelea entre rivales, aquel pequeño y hermoso perro se convertía en un lobo tremendamente feroz dispuesto a todo con tal de salvaguardar la vida de su ama.
La vieja se convertía en ese momento en un ser horrendo y deformado, medio lobo y medio humano, que luchaba a muerte con su propia hermana, esa hermana que había dejado de ser una malvada Meiga para pasar a ser la guardiana de su hija, una hija nacida de una ave nocturna y un conjuro.
En la lucha que se desencadenó entre las dos Meigas, la madre de Caperucita sabía que esa lucha era a vida o muerte entre hermanas, y que lo que allí se estaba jugando era ni más ni menos la vida de un ser bueno, su propia hija, una hija que todas las Meigas buscaban para darle muerte, porque sabían que era el ser opuesto de sus creencias, y que si no terminaban con su vida, ellas mismas irían mermando sus poderes quedando como las más indefensas de los mortales.
La lucha comenzó a tomar un rumbo en la cual la vieja había sido derrotada por la madre de Caperucita, que esta perdonaba su vida haciéndole prometer que se apartaría de sus vidas para siempre. La vieja aceptó jurándole que así lo haría…
La madre de Caperucita creyendo sus palabras dejó que se fuese, pues guardaba aun en su corazón el cariño hacia su hermana.
No se había aún recuperado de la pelea cuando por el camino vio a un montón de gente conocida con palos y piedras, dirigidas por su propia hermana , intentando apalear la puerta de la cabaña para derribarla.


Los vecinos que habían sufrido el conjuro de aquella Meiga malvada se despertaron confusos sin saber el porqué de su presencia en la cabaña de su querida y respetada amiga Caperucita.
Tiraron lo que en las manos llevaban y se volvieron a sus casas entristecidos por lo acontecido y por la marcha inesperada de su mejor vecina.
La vieja Meiga enfurecida se proponía a lanzarles un conjuro maléfico, cuando Caperucita con sus ojos de búho petrificó a la Meiga, dándole forma de una piedra pequeña.
La tomó en sus garras,
y en compañía de su madre la llevó hasta aquellos acantilados, dándole de nuevo forma de una gran roca, roca que el mar castigaría en los días de tempestades.
Aquellos vecinos nunca más supieron de Caperucita y su perro, pero cuentan que en las noches de luna llena escuchan el ulular de un búho y la presencia de un hermosísimo perro blanco que corretea por aquellos acantilados, sintiendo así todos ellos la paz y la protección de esos dos seres mágicos.
y en compañía de su madre la llevó hasta aquellos acantilados, dándole de nuevo forma de una gran roca, roca que el mar castigaría en los días de tempestades.
Aquellos vecinos nunca más supieron de Caperucita y su perro, pero cuentan que en las noches de luna llena escuchan el ulular de un búho y la presencia de un hermosísimo perro blanco que corretea por aquellos acantilados, sintiendo así todos ellos la paz y la protección de esos dos seres mágicos.